martes, 15 de noviembre de 2011

Andrómeda.

Te miro. Estás sobre mi mesa, como expectante. Casi pidiéndome que te acaricie, con esos ojillos azules fijos en mí. Paso un dedo por tu lomo, y lo noto suave, muy suave. Acerco toda la mano y disfruto mimando ese pelaje rojizo. Te cojo y te acuno, dulcemente, y tú pareces totalmente relajada. Te abrazo con cuidado, porque eres muy pequeña, y tu olor me embriaga, ese olor que tanto me recuerda a alguien. A quien quiero, y a quien veo pero no puedo tocar, a quien hablo pero no puedo besar, a quien escribo, y en quien no puedo dejar de pensar. Y al fin y al cabo me da igual, porque no quiero hacerlo.

Por eso, Andrómeda, por eso te mimo así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario